La teoría de la evolución de Darwin se puede ver casi en tiempo real en las bacterias. Desde que los antibióticos comenzaron a usarse en los años cuarenta, han ido desarrollando resistencias, que no son otra cosa que la supervivencia del más apto: cuando se enfrentan a los medicamentos mueren, pero las mutaciones de algunas les otorgan inmunidad a los fármacos. Así están surgiendo nuevas superbacterias resistentes a los antibióticos que ya suponen un enorme problema sanitario: matan a 700.000 personas cada año y varios estudios calculan que para 2050 acabarán con 10 millones, más que el cáncer.
Los seres humanos hemos propiciado esas resistencias por diversas vías: la sobre y automedicación, la toma incorrecta o incompleta de las dosis, el atiborramiento de bactericidas a los animales y los residuos de las farmacéuticas han contribuido a que los antibióticos hayan ido perdiendo su efectividad y poniendo en riesgo la salud de los seres humanos. Y, aunque frenar en la medida de lo posible que las bacterias sigan creando resistencias es una prioridad de la comunidad internacional, ya es inevitable que haya otra acuciante: buscar soluciones para las que hay y las que se van a seguir generando.
Encontrar nuevos remedios contra este mal no es sencillo. Como explicaba el pasado viernes el profesor Peter Taylor en el congreso de salud global que se ha celebrado en Oxford, a las farmacéuticas les sale más rentable investigar para favorecer la potencia sexual que para luchar contra ciertas bacterias. Hemos pasado en unas décadas de 30 grandes compañías a seis, por medio de fusiones o compras, esto no favorece la competencia, asegura.
Un ejemplo muy claro de este problema es el de la tuberculosis. Es una enfermedad curable con un tratamiento de seis meses, pero si desarrolla resistencias, puede llegar a ser mortal. Aunque es la infección que más gente mata en el mundo, por delante del sida, las investigaciones son escasas porque afecta principalmente a países de bajos recursos que no suponen un gran negocio para la industria.
La creación de nuevos antibióticos lleva años cayendo en picado. Si entre 1983 y 1987 se aprobaron 16 sistémicos contra las bacterias, entre 2008 y 2011 solo recibieron el visto bueno dos. Y ambos son reformulaciones de sustancias ya conocidas. Fue precisamente en 1987 cuando se descubrió la última medicina completamente nueva; hace más de tres décadas
Pero no solo es una cuestión de dinero. Hacer ensayos clínicos con ciertas bacterias es mucho más complicado que con otro tipo de enfermedades. No es nada fácil seleccionar grupos de personas enfermas para que prueben ciertos fármacos, ya que las infecciones surgen de forma inesperada.
En mayo de 2017 había en desarrollo clínico 41 nuevos antibióticos, pero de ahí es probable que, en el mejor de los casos, salgan adelante un 20%. Y solo 10 de ellos son totalmente innovadores, es decir, no están basados en recombinaciones de medicinas ya existentes, según datos PEW Chartable Trust.
Todos estos datos hacen pensar, en opinión de Taylor y de muchos de sus colegas, que hacen falta nuevos enfoques para derrotar a las bacterias resistentes. Entre otras cosas, porque la evolución seguirá ahí y, más tarde o más temprano, los microorganismos generarán resistencias a los nuevos fármacos que se diseñen contra ellos. El problema es especialmente grave en los hospitales, que son también los entornos donde más frecuentemente se producen infecciones. El 70% de ellas en Estados Unidos vienen ya con resistencias a la primera línea de antibióticos, a los más básicos, con lo que hay que usar para derrotarlos otros cada vez más nuevos y, por lo general, más tóxicos para el enfermo.
En el laboratorio de Taylor, en la UCL School of Pharmacy de Londres, están probando compuestos que no aniquilan a las bacterias, sino que las debilitan, de forma que el sistema inmunológico puede terminar el trabajo. Muchas de las que causan infecciones sistémicas, en la sangre y los tejidos, están protegidas por una capa polisacárida que impide la labor de nuestras defensas. Sabemos que si conseguimos quitarla, no son tan peligrosas. La idea es dañar esa cobertura con un agente terapéutico, explica. Con ratas y ratones, ciertas enzimas ya están funcionando a la hora de degradar la cubierta, aunque es algo que, de funcionar en humanos, todavía tardaría años en estar en el mercado.
Más allá de estos experimentos concretos, lo que parece una tendencia es la búsqueda de nuevos acercamientos contra las infecciones bacterianas que no se basen en los antibióticos tradicionales, ni siquiera en otros nuevos, sino en otras vías terapéuticas alternativas, aunque llevará mucha investigación y dinero, en palabras de Taylor.
Los virus que afectan específicamente a las bacterias son otra alternativa. Se descubrieron hace más de un siglo, pero la investigación se abandonó en el mundo occidental precisamente con el surgimiento de los antibióticos. En la antigua Unión Soviética se siguió estudiando sobre la fagoterapia, que es como se denomina esta técnica, y se desarrollaron algunos fármacos efectivos. Como cuenta el profesor Ignacio López-Goñi, autor del libro Virus y Pandemias, este método carece hoy de una regulación para aplicarse, pero es posible que en unos años una dosis de virus sea la solución para algunas infecciones.
Son investigaciones que en su mayor parte permanecen en la ciencia básica. Dar el salto a los ensayos clínicos requiere una gran inversión, puesto que los experimentos con humanos son mucho más complejos y costosos. Pero las bacterias no entienden de dinero, ellas seguirán evolucionando y haciéndose más resistentes a los fármacos que existen. Así que hace falta frenar esta carrera con más higiene en los hospitales, menos automedicación, nuevas vacunas, limitar el uso en ganadería y mejor detección de las infecciones, entre otras medidas preventivas. Pero también, irremediablemente, con nuevos fármacos que hagan frente a las superbacterias.
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