Para entonces, los límites del Distrito Federal todavía no se fijaban con claridad
Texto: Carlos Villasana y Rodrigo Hidalgo Fotografía actual: Gabriel Barajas Diseño web: Miguel Ángel Garnica A mediados del siglo XIX, México vivía una época de inestabilidad política que se veía reflejada en la vida de sus habitantes. En la década de 1850, una decena de presidentes gobernaron el país, incluyendo la dictadura de Antonio López de Santa Anna y la llegada de una nueva Constitución. Aunque los conflictos con Estados Unidos habían quedado atrás, llevándose la mitad del territorio nacional, poco después inició la Guerra de Reforma, que enfrentó a liberales y conservadores durante tres años. Para entonces, los límites del Distrito Federal todavía no se fijaban con claridad, y cada cierto tiempo había variaciones en los municipios y territorios que lo integraban. La Ciudad de México, capital de esa entidad y de la nación, sólo abarcaba el área del actual Centro Histórico; más allá se extendía un solitario paisaje de haciendas y ranchos, sólo interrumpido por pequeños barrios o residencias campestres; para llegar a poblaciones más grandes como Tacubaya o la Villa de Guadalupe era necesario hacer largos viajes por antiguos caminos y calzadas. En medio de este panorama, el empresario Francisco Somera se hizo de un amplio terreno conocido como el Ejido de la Horca, cuya fundación se remonta al siglo XVI; sin embargo, fue denunciado ante las autoridades por irregularidades en su propiedad, misma que estaba a cargo de la familia Manero. Somera se desempeñaba como jefe de caminos y canales del Ayuntamiento, lo que influyó para que el litigio se resolviera a su favor; una vez terminado, destinó una parte del ejido para crear la Colonia de los Arquitectos, la más antigua de la ciudad, dando inicio al crecimiento urbano que aún no termina. De acuerdo con la investigadora María Dolores Morales en el ensayo Francisco Somera y el primer fraccionamiento de la Ciudad de México, el proyecto original nació en 1858 para formar una colonia campestre para los arquitectos y estudiantes de arquitectura de la Academia de San Carlos. El desarrollo abarcó sesenta lotes distribuidos entre la Calzada del Calvario, hoy llamada Valentín Gómez Farías; la vía del ferrocarril a Tacubaya, que ahora corresponde a Insurgentes, y las actuales calles de Sullivan y Rosas Moreno, que eran la frontera con la Hacienda de la Teja, al sur, y el Rancho de Casa Blanca, al poniente. Al hablar de los primeros pobladores, Morales señala que buena parte de los compradores habían adquirido los lotes para construir una casa de campo, o simplemente como una inversión que en cualquier momento transferían. Son pocos los casos de compradores que realmente se van a vivir a la colonia. El censo de 1882 muestra que estaba habitada por 884 personas de 183 familias, y además había algunas casas con talleres: una curtiduría, un telar, una herrería y una fábrica de cerveza. Están ahí establecidos el depósito y oficinas del ferrocarril, el asilo de mendigos y un establo de vacas. Poco después, estas manzanas se integraron a la naciente colonia San Rafael, y el resto del Ejido de la Horca se repartió entre la Tabacalera y una sección de la Juárez. En nuestros días, caminar por este pequeño cuadrante es encontrar un poco de todo, y se hace difícil imaginar que aquí nació la ciudad moderna. Escuelas, hoteles, restaurantes, viviendas y oficinas, fachadas de diversas formas y estilos nos hablan de las transformaciones que ha vivido en su larga historia. Entre los puntos más emblemáticos hay que mencionar el conjunto habitacional Privada Roja, en el número 61 de Serapio Rendón, antes llamada Calle de la Industria, que fue concluido en la primera década del siglo pasado. Uno de sus habitantes es Rubén Ochoa Ballesteros, quien dirige el café Territorio R y se ha dedicado a difundir el patrimonio y la herencia local a través de charlas y recorridos. Para él, la Colonia de los Arquitectos significa una aventura de la alta tecnología urbana, pues a diferencia de lo hecho hasta entonces, en ella se dispusieron el trazo y la infraestructura antes de su venta al público, lo que industrializó el crecimiento y dio inicio al proceso de especulación. Rubén menciona que al cruzar sus límites hacia el resto de la San Rafael, cuyo fraccionamiento es posterior, cambia hasta el aire; desde el sentido, la orientación y la proporción de los lotes, la frontera es muy notoria y eso nos habla también de una evolución en los procesos y en las modas. Entre una y la otra se atraviesan la invención de la luz eléctrica y del automóvil, que afectan el concepto de una calle; la primera todavía está pensada para caballos y carruajes. Curiosamente, en el área que ocupó la extinta Colonia de los Arquitectos quedan varias obras de grandes representantes del gremio en la era moderna como Luis Barragán, quien diseñó el edificio de Miguel Schulz 146 y las casas de Sullivan 55 y 57, con líneas sencillas y funcionales y locales para el comercio, mientras Mathias Goeritz planeó el Museo Experimental El Eco, situado en Sullivan 43, como un espacio que busca conectar con las emociones del visitante a través de las formas y el ambiente. Muy cerca, Félix Candela creó las estructuras de concreto de la agencia Autos Francia, en Serapio Rendón 117, donde los modelos de Renault dieron paso a los mostradores y anaqueles de una tienda Bodega Aurrerá. Mario Pani también dejó huella en la zona con el proyecto del Hotel Plaza, en Insurgentes 149, que destaca por la curvatura de su fachada y actualmente es utilizado como oficinas; en esta transitada esquina, muchos aún recuerdan las noches de conciertos en el bar Bulldog y en la Casa Rasta. La vieja Calle del Sur hoy lleva el nombre de Sadi Carnot, y en el número 68 se mantiene en pie una de las construcciones más antiguas e interesantes del vecindario: El Pentathlón Deportivo Militarizado Universitario, que desde 1938 promueve la formación de los jóvenes en disciplinas deportivas y actividades culturales; sin embargo, la historia del recinto se remonta hasta septiembre de 1879, cuando fue inaugurado como sede del Asilo de Mendigos Francisco Díaz de León. Según lo descrito en el libro La beneficencia en México, de Juan de Dios Peza, el objetivo de dicha institución era libertar a la ciudad de una plaga repugnante, haciendo un bien directo a los verdaderos pobres de solemnidad y desenmascarando a los falsos mendigos que con fingidos sollozos despertaban en su provecho la compasión de los transeúntes. El asilo se abrió con 100 camas, y el primer día se sirvió alimento a 48 mendigos; en agosto de 1880, o sea un año después, contaba la nueva casa con 206 asilados, [...] habiéndoles servido en el año 63,815 raciones se lee en el escrito. El interior guarda la distribución original, de dos niveles, con aulas, patios y corredores laterales en torno a una capilla central, que hoy funciona como salón de actos. En los muros de esta última se distingue el monograma mariano, acompañado por la expresión latina Consolatrix afflictorum (consuelo de los afligidos). A media cuadra permanece uno de los negocios más entrañables para los vecinos de la actual colonia San Rafael: el café Gran Premio en el cruce de Sadi Carnot y Antonio Caso, y desde una de las mesas, su propietario, Francisco Gisbert, ve pasar los sucesos y las anécdotas del rumbo. Esta cafetería se inauguró en el año de 1962 por dos italianos, Romano y Orestano, pero la tuvieron muy poco tiempo; después de ellos vino otro italiano más, el señor Luis Liguori, que la tuvo 17 años, y hace 35 me la vendió a mí. Yo era un cliente que venía dos veces al día, porque trabajaba por esta zona, y me gustaba el negocio. Aquí se conservan las tradiciones de la cafetería antigua: venir a tomar café en todas sus especialidades y formas, platicar, leer el periódico y tratar asuntos sin que los esté molestando nadie. En la mayor parte de los lugares nuevos, el café es lo que menos valor tiene. Francisco relata que en el Gran Premio hay clientes de más de 20 y hasta 50 años de antigüedad, y yo mismo soy uno de ellos. En ese tiempo, los cambios de la colonia han sido significativos; cuando empecé a venir aquí todavía pasaba el tranvía de La Rosa por Antonio Caso, y acababan de ampliar Insurgentes Centro, porque antes era una calle pequeña. En Sullivan el sentido era al revés, no existía el Circuito Interior. Quedan algunos negocios de muchos años, como la cantina La Castellana, o la nevería La Especial de París. A veces, en este rincón de la ciudad parece que el tiempo no ha pasado, aunque la vida cotidiana sigue su curso. Ahora ya es difícil armar una comunidad, mucha gente llega, está uno o dos años y se va. Hay pocos edificios como el de aquí enfrente, los convierten en condominios y viene gente que probablemente ni se conoce. Pero es una colonia que ha mejorado. Aquí uno empieza a echar raíces y se vuelve parte de ella, concluye Gisbert. La fotografía principal es de la Calle de las Artes, hoy Antonio Caso, en la década de los años 20, vista hacia el poniente desde el cruce con Ignacio Manuel Altamirano. A los lados se pueden ver un par de casas con la arquitectura característica de la época en la colonia San Rafael; hoy a la izquierda está el Café de los Artistas, y en la acera de enfrente se encuentra un plantel del Anglo Americano. Colección Villasana Torres. La imagen comparativa es la esquina de la calle Sadi Carnot y Valentín Gómez Farías, colonia San Rafael, en 1975, es de la Colección Villasana Torres. La construcción a la derecha fue demolida y la de enfrente aún existe como se aprecia en la comparativa actual. Fuentes: Entrevistas con Rubén Ochoa, dueño del Café Territorio R. y con Francisco Gisbert, del Café Gran Premio. Morales, María Dolores. Francisco Somera y el primer fraccionamiento de la Ciudad de México, ensayo. EL Universal.
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