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Mayo 26, 2018 03:00 PM

Así funciona "La Esquina", un periódico hecho por las prostitutas trans de Bogotá


El bar de la esquina es tan sórdido y oscuro como las calles, pero a diferencia de estas, la música electrónica y las luces verdes le dan un toque de intimidad a los hombres –de tatuajes y camisilla o de saco y corbata– que observan contra la pared el sensual baile de las mujeres trans, antes de seleccionar con cuál pasarán el rato de pasión. Las chicas llegan una a una, se saludan y comienzan su show. Algunas con movimientos hasta abajo y otras elevando la cola mientras suben la minifalda para dejarse al descubierto. "Eso es la esquina, ¿ves?", dice una señalando con la mirada al grupo.

"Pero también donde nos encontramos a charlar, donde conversamos con los vecinos, donde se compran drogas", había explicado Gina horas antes en la estación de Transmilenio de la Calle 22. Por eso convirtieron La Esquina en el nombre de un periódico local que crearon trabajadoras sexuales transgénero junto a activistas sociales y artistas para contarse más allá de la prostitución, las drogas y la violencia por las que reconocen al barrio Santa Fe, uno de los más peligrosos de Bogotá.

O eso dicen, aunque no se siente así al recorrerlo a las ocho de la noche con Ángel López, un joven gay de 23 años y politólogo de profesión, que dirige y edita el periódico. Nadie te mira, el miedo es una falsa percepción creada por quienes no frecuentan el lugar. En cambio, las calles son transitadas, de esquina a esquina unas 15 o 20 prostitutas esperan "pescar" un cliente, unas solo con tapapezones, mallas o ropa interior de colores, otras de pantalones largos y escotes pronunciados. Esas son las que se ven. Dentro de los bares, discotecas y moteles habrá más.

En 2002, durante la administración del entonces alcalde Antanas Mockus, se definió que entre las calles 19 y 22 con Avenida Caracas y carrera 17 sería la zona de "tolerancia". Entre comillas, porque es, supuestamente, el único lugar para ejercer legalmente la prostitución en la fría capital colombiana. Aunque también existen redes de trata, tráfico de armas y droga.
La llamada zona de tolerancia del Barrio Santa Fe tiene divididos sus espacios para las prostitutas trans, las mujeres biológicas y las menores de edad.

La zona está dividida por fronteras invisibles, unas cuadras para mujeres trans, otras para cisgéneros –como llaman a las mujeres biológicas– y otras pocas, mucho más limpias, con edificios que parecen mejor conservados y sin grafitis en sus paredes, para menores de edad. Ninguna puede cruzar más allá de sus límites. Cada parte es controlada por alguna banda criminal, que no pelean entre sí… la mayoría de las veces.

Por eso este es un sitio seguro. Las bandas cuidan a sus clientes para que regresen, no dejan que nadie atraque y alejan a los habitantes de calle— cuenta Ángel— Mira el contexto en el que viven, para que entiendas por qué escribimos.

¿La Policía no controla ni la zona de menores de edad?— pregunto. He visto un par de motorizados haciendo rondas, nada más. A las afueras del bar hubo una pelea a los jalones de cabello entre dos trans que omitieron a los uniformados que intentaron separarlas. Solo logró intervenir la "matrona", cuidando que su mercancía no se dañe, por supuesto. "Es esa señora mayor, gorda, con la peluca mona", me la señaló Ángel. Es la que las recluta y les garantiza clientes para que el dinero les llegue a sus bolsillos, y al de ella también.

"¿Qué pueden hacer (los policías)? Apenas las niñas los ven corren a esconderse— continúa ante mi silencio-. La vida aquí es así, sobrevivir bajo lo imposible. Ellas no tienen otra opción que prostituirse desde niñas, la mayoría de las putas que ves aquí se iniciaron siendo menores de edad, mucho más las trans", Ángel intenta explicar.

Lucen como niñas de no más de 13 años. Pese a sus tacones, ombligueras y ojos contorneados de sombras de colores brillantes, lucen como niñas. Cuando se acerca un carro, modelos más nuevos que en otras cuadras, se acercan agarrando sus cabellos como el resto de las prostitutas, ahí no parecieran de menor edad. Las calles las "curtieron".
El periódico se llama así para hacer alusión al lugar donde se ejerce la prostitución: las esquinas.

—No mires este edificio de la esquina directamente— advierte Ángel antes de cruzar la calle-. Es una olla, se llama Fundadores. Podríamos ver cualquier cosa.

Es un edificio abandonado de cuatro pisos, con los vidrios rotos. Es algo así como la 'oficina' de las bandas criminales; dentro, no existe ley. Venta de drogas, cuartos de consumo colectivo (de esos que se "prestan las jeringas"), venta de armas, violaciones, palizas, cuartos de pique para cobrar deudas. Cualquier cosa puede pasar.

—Hay varias ollas aquí, la gente las reconoce. En las esquinas alrededor de ellas siempre hay tipos como vigilando. A ellos no se les puede ver a la cara—advierte Ángel.

Antes de empezar a caminar, Danna, una trans que tomaba cerveza con nosotros en el bar de la esquina, contó que el día anterior pisó una botella de plástico que golpeó sin querer la espalda de un tipo de una olla. Al poco rato salió otro con una vara de metal para pegarle en las piernas, le dejó varios moretones que ella nos mostró. Y esos son solo algunos peligros a los que se exponen las trabajadoras sexuales del Santa Fe.

Muchas han visto los cuerpos ensangrentados de sus compañeras en los moteles, muertas de varias puñaladas. O han sufrido por los bolillos de los policías durante las intervenciones militares que "apaciguan" por pocos días los crímenes del barrio, "solo para mostrar resultados", dicen ellas; y que les pegan "solo por pegarnos, por vestirnos de mujeres".

El último informe de Colombia Diversa registró 333 agresiones contra la comunidad LGBT en el país en 2016; 108 de las cuales fueron asesinatos, 27 de ellos a mujeres trans. Es un subregistro, claro, porque hay municipios donde no existen reportes y muchas denuncias que nunca se realizan.
Marcela Agrado, una trans de 42 años, es la que toma las fotografías del periódico.
"En general, las mujeres trans se someten al rechazo de la sociedad, a la discriminación y a la marginación. Por eso los clientes creen que pueden hacer con nosotras lo que quieren, solo por darnos unos cuantos pesos. Mi cuerpo ha sido maltratado, violentado, en muchas ocasiones; me han humillado de muchas formas", cuenta en otro momento Marcela Agrado, de 42 años, que ejerce la prostitución desde muy niña.

Agrado, así se rebautizó por el trans que personificó Antonia San Juan en la película 'Todo sobre mi madre', de Pedro Almodóvar. Se la vio por casualidad cuando se refugiaba en una fundación de teatro, tiempo en el que vivió en la calle, con solo 16 años. Marcela sabe bien lo que es sobrevivir. Porque eso es lo que hacen las trabajadoras sexuales trans, sobrevivir. Los "cuantos pesos" a los que se refirió muchas veces ni le alcanzan para comer durante el día, primero debe pagar la pieza (habitación).

Marcela se levanta a las 10 de la mañana porque trabaja hasta la madrugada, aunque a veces lo hace para ahorrarse el desayuno. Solo almuerza en un comedor comunitario que ubicó en el barrio la Secretaría de Integración Social de la Alcaldía de Bogotá. En esos andares de la vida no pudo aprender a leer ni a escribir, por eso toma fotos. Busca con el lente otras miradas de su marginación.

"Podemos ser más que trabajadoras sexuales y peluqueras. Eso es lo que queremos mostrar, que no somos diferentes al resto de mujeres", dice Marcela. Y es lo que hacen con La Esquina…

El sueño de desestigmatizar
Gina Alexandra Colmenares, de 22 años, mientras aprende sobre costura, otras de las acciones sociales que lleva a cabo el grupo de activistas que impulsaron el periódico.

El tipo le pagó 50 mil pesos (17,5 dólares) por la amanecida, y pagó otros 80 mil (27,9 dólares) por la habitación del hotel donde se quedaron. "Fue fácil. Comimos rico, vimos televisión, lo volteé y 'tra, tra, tra'. En la mañana el me volteó a mí y ya". Gina Alexandra Colmenares cuenta la osadía de su noche anterior en pleno viaje en Transmilenio. Todos la observan, no le importa. "La trans son auténticas, no se esconden de nadie, huyeron de sus casas y aquí (barrio Santa Fe) pueden ser simplemente ellas", comenta Ángel.

Gina es una trigueña alta y estilizada de 21 años. Camina meneándose de un lado a otro, con su cabello lacio que le llega casi hasta la cola, y con el bolso en el antebrazo. "La calle es mi pasarela. Amo ser quien soy". No lo necesita aclarar, su seguridad se nota al andar. Levanta las miradas de los hombres que se encuentran en su camino, algunos quizás sin notar que es una mujer trans. A los que le parecen atractivos les coquetea con piropos. "Cuando uno les dice cosas a los hombres les da pena, ahí sí dejan de ser machitos", dice con picardía.

"Eso es lo que queremos mostrar". Ángel dirige su mano hacia el grupo de chicas trans que se van acercando a la Avenida Caracas con 25a, el punto de encuentro en el que los integrantes del periódico se citaron para tomarse la foto de la segunda edición. "Son iguales a nosotros. Queremos visibilizar a la comunidad transgénero del barrio que ha sido históricamente excluida, no solo aquí. Y que a través de sus mismas historias logremos desestigmatizarlas y desmitificar el trabajo sexual", agrega.
Lorena Barriga (al fondo) es otra de las escritoras trans que se dedican al trabajo sexual.
Y así lo hacen. Las chicas llegan con sus mejores pintas para lucir en las fotos, resaltando su feminidad. Mientras, conversan sin tapujos ni tabúes sobre la prostitución, su diario vivir.

—Si toca, toca. Hasta debajo de un puente, eso se hace rapidito y ya. Pero plata es plata, es comida— dice Lorena Barriga.
—Claro— responden las demás.

Hablan de las tarifas, que pueden ser muy variadas dependiendo de los tiempos, el tipo de servicio, la edad de la prostituta, la ubicación y muchos otros determinantes. En el barrio Santa Fe, las más caras son las menores de edad, que por una hora sus proxenetas pueden cobrar 200 mil pesos (70 dólares), las cisgéneros cobran unos 36 mil pesos (12,6 dólares) por 15 minutos de placer, y las trans unos 30 mil (10,5 dólares) pesos por hora. Esas son las que andan en la calle; en los bares, moteles y discotecas es otro cuento.
Sebastián Reyes en su taller de moda.

—Le conseguí la silla de rueda a Wendy— les comenta Sebastián Reyes, un diseñador de modas que apoya al periódico desde su fundación MovilizArte, enseñando a las chicas oficios diferentes a los habituales, como la costura. Así han aprendido a mejorar la mano para los diseños de los vestidos con los que visten, que ellas mismas hacen por ahorro.
—¡Qué bueno! La pobre tenía una silla toda maltrecha— dice Lorena.
—Le prometieron que la iban a ayudar y el bono solo fue por tres meses. A la pobre le toca caminar agarrada de quien sea— dice Marcela Agrado.

Hace pocos meses, a Wendy, una chica trans que nació sin mitad del brazo izquierdo, le aplicaron mal una inyección recetada por orden médica y perdió su pierna derecha. Del dolor intenso que sintió solo se recuperó cuando le amputaron la extremidad.
La Esquina comenzó siendo un mural en la sede del Centro de Atención de la Diversidad Sexual (Caids).

Para relatar todas esas historias de vida y empoderar a las mujeres trans sobre sus derechos y formas de exigirlos, nació en septiembre del año pasado La Esquina. Todo comenzó en unas reuniones del Centro de Atención de la Diversidad Sexual -Caids- en el que varias líderes trans, como Marcela, Lorena y Gina han desarrollado proyectos sociales para las personas que han sufrido daños psicológicos, sexuales y físicos. Inició como un mural en las instalaciones de la sede.

Transformaciones corporales, tercera edad trans, inyecciones con aceite vegetal, biopolímeros, una cena con "10 lucas" (3,5 dólares) y otros temas jurídicos, de salud pública, patrimonio, arte y cultura son parte de los contenidos de cada edición. Se definen en un consejo de redacción que realizan cada dos semanas. Las chicas llevan sus ideas y Ángel les da el enfoque. Funciona como un periódico cualquiera, solo que este se basa en trabajo voluntario.

"La idea también es mostrar las dos caras de Santa Fe, porque además de la zona de tolerancia está la zona residencial, que es patrimonio histórico de la ciudad. Y de esa forma servir de enlace entre los que viven de un lado y del otro, para fortalecer el tejido social", explica Ángel, el impulsor de la iniciativa y uno de los pocos que no se dedica al trabajo sexual. De hecho, tampoco vive en el barrio, pero llega todas las noches después de cerrar el restaurante que tiene con su novio al sur de la capital.
Evento de recaudación de fondos realizado por el equipo de La Esquina.

Lo escriben con mucho esfuerzo, cada una en la pieza que vive desde su celular, o en el único computador de la sede del periódico, ubicado en plena zona roja en la calle 24 con 15. Hacen bazares y eventos de espectáculos en los que cobran las entradas para poder financiarse. Lo prefieren así, para no perder autonomía.

"La idea no es que la plata de impresión salga de sus bolsillos. Todavía revisamos opciones para poder salir periódicamente, pero es difícil. Se entrega de forma gratuita en el mismo barrio, pero queremos expandirnos, quizás en museos u organizaciones sociales", confiesa Ángel.

La segunda edición acaba de ser entregada este viernes, en un evento para celebrar el orgullo trans. En el último texto, Lorena Daza, de 24 años, condensa en unos cuantos párrafos los sueños de todas. Un día, cuando baja del Transmilenio en el que se coló para poder llegar a trabajar, se encuentra en la esquina con una pareja joven de lo que parecen novios y reflexiona -describe-: "Al verlos solo se me pasa una pregunta por la mente: ¿algún día seré tan feliz como ellos?".
El equipo de La Esquina (de izquierda a derecha): Ángel López, Alex Alean, Deysi Olarte, Mar García, Camila Aztorquiza, Marcela Agrado, Juan David Quiroga, Lorena Daza, Lorena Barriga, Sebastián Reyes, Olga Cabrales y Gina Alexandra Colmenares.
Fuente Infobae

Publicado por:NOTICIAS DE ÚLTIMA HORA

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Admin Mayo 26, 2018 03:00 PM Destacado

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